Títeres
Bruno Marcos
El pequeño títere se afanaba por flotar en su barquichuela mientras tres personas, vestidas de negro, movían su cabeza, sus manos y sus piernas. Una más, en el suelo, bajo un plástico, movía brazos y pies simulando un oleaje brusco.
Por más que uno veía en la sombra todo el artificio no podía sustraerse a que el muñeco vivía de verdad esa aventura. Quizá se debía todo a la milimétrica perfección de sus movimientos, a lo bien que estaba estudiado cada gesto, pero creo que aunque todo hubiese sido un poco más torpe hubiéramos creído igualmente que el pobre manirerito de Pushkin flotaba sobre el mar y no sobre un plástico.
Como el grupo era checoslovaco y además las marionetas no hablaban nos resultó del todo ininteligible la tan simple historia, por lo cual, a la salida hicimos acopio de folletos que nos aclarasen un poco la trama.
Los papeles no despajaban los enigmas de la historia pero a cambio dejaron caer un marcapáginas donde se anuncia: Talleres, próxima convocatoria, Pensar para la polis: abierto/open. “¡Qué cabalístico –pensé-, qué encriptado!¿Qué pensará la gente de eso?”
La última y única vez que salió, antes de esto, algo relacionado conmigo en ese marcapáginas -sería por 1997- ponía: Límites. Bruno Marcos. Era igualmente cabalístico, aquella minúscula notoriedad me costó discusiones surrealistas en las cuales las organizadoras de tal evento se enfadaban porque saliera mi nombre cuando ellas se consideraban tan responsables o más que yo del los tales Límites aunque estos hubieran salido de mi cabeza.
Rumiando esto me acosté meditando sobre el género humano, las ganas que tienen los tramoyistas de salir al centro de la escena y lo invisibles que nos parecen siempre. Todo hombre debe ser un artista para salvarse como decía Beuys, todo hombre debe tener su minuto de gloria como publicaba Warhol, para poder seguir siendo espectador tan ricamente y envejecer en su sillón, o bien para que no lo devoren a uno, pobre muñeco.
La luz directa sobre nuestra cara de títeres no debe durar tanto como para que la pintura se resquebraje y pierda verosimilitud todo el conjunto.
¿Quién, al fin y al cabo, no es títere manejado, en la sombra, por lo divino y por lo humano?
El pequeño títere se afanaba por flotar en su barquichuela mientras tres personas, vestidas de negro, movían su cabeza, sus manos y sus piernas. Una más, en el suelo, bajo un plástico, movía brazos y pies simulando un oleaje brusco.
Por más que uno veía en la sombra todo el artificio no podía sustraerse a que el muñeco vivía de verdad esa aventura. Quizá se debía todo a la milimétrica perfección de sus movimientos, a lo bien que estaba estudiado cada gesto, pero creo que aunque todo hubiese sido un poco más torpe hubiéramos creído igualmente que el pobre manirerito de Pushkin flotaba sobre el mar y no sobre un plástico.
Como el grupo era checoslovaco y además las marionetas no hablaban nos resultó del todo ininteligible la tan simple historia, por lo cual, a la salida hicimos acopio de folletos que nos aclarasen un poco la trama.
Los papeles no despajaban los enigmas de la historia pero a cambio dejaron caer un marcapáginas donde se anuncia: Talleres, próxima convocatoria, Pensar para la polis: abierto/open. “¡Qué cabalístico –pensé-, qué encriptado!¿Qué pensará la gente de eso?”
La última y única vez que salió, antes de esto, algo relacionado conmigo en ese marcapáginas -sería por 1997- ponía: Límites. Bruno Marcos. Era igualmente cabalístico, aquella minúscula notoriedad me costó discusiones surrealistas en las cuales las organizadoras de tal evento se enfadaban porque saliera mi nombre cuando ellas se consideraban tan responsables o más que yo del los tales Límites aunque estos hubieran salido de mi cabeza.
Rumiando esto me acosté meditando sobre el género humano, las ganas que tienen los tramoyistas de salir al centro de la escena y lo invisibles que nos parecen siempre. Todo hombre debe ser un artista para salvarse como decía Beuys, todo hombre debe tener su minuto de gloria como publicaba Warhol, para poder seguir siendo espectador tan ricamente y envejecer en su sillón, o bien para que no lo devoren a uno, pobre muñeco.
La luz directa sobre nuestra cara de títeres no debe durar tanto como para que la pintura se resquebraje y pierda verosimilitud todo el conjunto.
¿Quién, al fin y al cabo, no es títere manejado, en la sombra, por lo divino y por lo humano?
4 Comments:
Sit tibi terra levis!
Tan solitaria
una pluma de cuervo
sobre la nieve. Antonio Manilla
And my soul from out that shadow tha lies floating on the floor shall be lifted-nevermore!
le conozco, o le conocí, a Manilla, y él era muy partidario de lo trapiellil y tuvimos una polémica en una comida cuando yo era contrario a las críticas al arte moderno...
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